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27 de junio de 2024
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Espectáculos

El Chaqueño Palavecino, un cantor que dejó de ser chofer para subirse al escenario y que no pagó el alquiler tres meses para poder grabar


En pleno chaco salteño, entre la magnitud del paisaje campestre, el sonido del viento, el pastar de los animales y donde construyó la casa que lo cobija, su propio museo y estudio de grabación, asoman plantas de manzanilla. Esa hierba, parecida a la margarita, con la que, entre otras cosas, se prepara té a Oscar “El Chaqueño” Palavecino lo transporta en un abrir y cerrar de ojos a su casa natal. La pequeña flor lo lleva a ese campo, despojado de todo privilegio, donde vivía con su mamá y sus hermanos y donde el rebusque era moneda corriente.

Pasaron kilómetros y kilómetros de ruta, escenarios y trabajo desde entonces. Y hoy el cantor está de estreno con su último disco Quién me quita lo cantado, un álbum que da cuenta de su amplio recorrido por el país y de minuciosa búsqueda de las sonoridades fundamentales de cada región. Además, se trata de un material celebratorio de sus 40 años con la música, que tendrá su gran fiesta el 24 de octubre en el porteño Movistar Arena.

El “Chaqueño” conoce de caminos, de peñas y de escenarios improvisados. Desde chico aprovechó cada descanso, cada espera en los distintos parajes norteños a los que llegaba por su trabajo como conductor para frecuentar las guitarreadas.

-¿Cuándo sentiste que te subiste a un escenario distinto, que ya no se trataba de la peña entre amigos?

-Ha sido cuando me presentó un amigo. Yo había dejado el camión y hacía viajes en bus de transporte de pasajeros. Me mandaron al norte y cuando no trabajaba me iba a una peña, hasta con la ropa de trabajo, donde en la parte de atrás nos juntábamos con varios a contarnos cosas. Éramos jóvenes y escuchábamos a los más viejos para sacarles algo. Ahí estaba el cantor profesional y alguno más. Hasta que un día uno de los muchachos al que yo admiraba me invitó a subir. A mí mucho no me interesaba, me interesaba mi trabajo. Pero cuando subí y canté a dúo una zamba y una polca noté que los aplausos habían sido diferentes.

-¿Cuántos años tenías?

-Veinticuatro. Dicen que burro viejo no agarra el paso, pero… Ahí nomás vi la forma de armar algo. Pero en ese tiempo no había músicos como para hacer lo que yo quería, ni plata ni lugares dónde grabar en Salta.

El Chaqueño Palavecino recuerda que para pagarse el primer disco que grabó dejó de pagar el alquiler. Foto. Guillermo Rodríguez AdamiEl Chaqueño Palavecino recuerda que para pagarse el primer disco que grabó dejó de pagar el alquiler. Foto. Guillermo Rodríguez Adami

Un crecimiento natural

La llegada del Chaqueño Palavecino a las grandes ligas del folclore se fue dando de manera natural: de la habitación al patio, del patio al campo, del campo a las casas de amigos y de allí al escenario de la peña.

Dice que la música siempre estuvo en su vida. Recuerda ir por el monte a caballo silbando o cantando coplas, cuartetas que escuchaba de los mayores. También las largas y concurridas fiestas familiares. “Éramos varios para la fiesta, llegaban de todos lados”, dice.

Fue en Tucumán, donde se gestó la idea del primer disco. Oscar llevaba en micro a la gente que iba a tomar el tren hacia Buenos Aires. Cuando llegaba se quedaba hasta el otro día esperando el otro tren que traía a la gente desde Retiro. La noche de descanso entre viaje y viaje, “El Chaqueño” la pasaba en la peña.

“En una de esas noches, después de guardar el ómnibus bajo un tinglado hasta el otro día, charlando en la guitarreada me preguntaron por qué no grababa. Yo dije que porque no tenía un sope y que, con el único que grabaría era con el músico Fernando Matos”, recuerda. “Ahí, está, en la Biblioteca Sarmiento, está enseñando”, le dijeron y Oscar se fue a verlo.

“Yo ya sabía lo que quería: esa mezcla de violín europeo, que es increíble, y el bombo legüero del nativo que no es ni agudo ni grave, tirando un poco más hacia medios. Y en ese pedacito de tierra, de donde soy yo, el violín es todo. Fui a verlo a Matos y él aceptó grabar conmigo y tres meses no pagué el alquiler para lograr esa grabación”, afirma.

El Chaqueño Palavecino no descarta armar un establo en el escenario del Movistar Arena, para festejar en octubre sus 40 años con la música. Foto: Guillermo Rodríguez AdamiEl Chaqueño Palavecino no descarta armar un establo en el escenario del Movistar Arena, para festejar en octubre sus 40 años con la música. Foto: Guillermo Rodríguez Adami

-Ya de entrada fuiste tu productor.

-Siempre. Y, además, llegar a un sello grabador era imposible. Grabamos como pudimos en un lugar que no estaba acondicionado y nos retaba el del segundo piso porque se escuchaba todo. Pero lo hicimos. Cuando mandé la plata a Buenos Aires, confiando en que me mandarían los casetes y me llegó una caja con 500 no sabía qué hacer. Me fui a Radio Nacional y repartí para todos lados. Y era un material nuevo, una agüita fresca, muy folclórico. Y empezó a prender a poco en la zona.

Estaban los ídolos del pueblo y de repente empecé a ser parte de ellos. Era difícil, todo el mundo se instalaba en Buenos Aires porque ahí estaba todo y se conseguían más cosas, pero yo me instalé al norte.

Rutas argentinas, hasta el fin

-Estuviste mucho tiempo haciendo malabares entre tu trabajo y la incipiente carrera como cantor. ¿Te costaba dejar las rutas?

– Sí, esa ha sido la parte más difícil, me costó mucho. Yo ya me había hecho de cuatro músicos, cuatro personas que había que pagarles y vestirlos de gaucho: botas, bombachas, ponchos… No podía pensar en dejar de trabajar. Y en paralelo el casete se vendía y venían de Bolivia y compraban. Y así pude seguir grabando, pero seguía conduciendo. Me bajaba del ómnibus y cantaba.

Pero cada vez se complicaba más porque tenía que pedir permiso, ver los días de descanso. Y cada vez me hacía más conocido y llegué a cantar a Cosquín y gané la Consagración y seguía trabajando en la empresa de ómnibus.

El folclore era ya parte ineludible de su vida, cada vez más intercedía en su trabajo. Cuenta que iba escuchando música y hasta cantando en el colectivo hasta que algún pasajero que quería dormir lo callaba. “Y yo sabía que, aunque me gustaba mi trabajo, la música no la iba a abandonar”, confiesa sobre el momento en que se la jugó del todo.

El Chaqueño Palavecino dice que lo costó abandonar su trabajo de chofer, pero que sabía que la música lo iba a acompañar toda su vida. Foto: Guillermo Rodríguez AdamiEl Chaqueño Palavecino dice que lo costó abandonar su trabajo de chofer, pero que sabía que la música lo iba a acompañar toda su vida. Foto: Guillermo Rodríguez Adami

-¿”Quién me quita lo cantando” funciona como una síntesis de tantos años de recorrer el territorio argentino, de norte a sur?

-Lo que sucede es que uno ha pasado a ser un cantor nacional, federal. Igual hay que tener mucho cuidado en eso, porque si voy a Cuyo, nunca voy a ser un cuyano. Pero sí hemos tratado de tomar alguito de cada región sabiendo que lo que uno haga siempre será desde mi identidad salteña. De ahí hacia el país.

Pero lo que traté fue de buscar músicos que toquen los sonidos de cada zona, un chamamecero de Corrientes, un guitarrero de Cuyo. Es como la empanada, digo yo, siempre son distintas. De todas maneras, lo más importante es que dentro de las cosas que hemos hecho, inéditas, hicimos lo que yo sentía: un homenaje a Horacio (Guaraní), a Atahualpa (Yupanqui), a Yuyo Montes, que ha sido uno de los últimos poetas.

-Y se viene el Movistar. Teniendo en cuenta que estuviste a caballo en Cosquín e hiciste un asado en el Luna Park ¿Cómo preparás este concierto?

-Y acá también va a ser algo distinto. Desde que vengo a Buenos Aires sabemos que los shows acá deben tener algo, una escenografía, algo distinto. Capaz un establo.

-¿No vas a meter caballos en el Movistar?

-Y si los metí en la cancha de Boca, en el escenario de Jesús María… No creo, pero sí haremos algo especial para celebrar con la gente. Ahora estamos mucho con la danza, capaz alguna sorpresa por ese lado va a haber. Son cuarenta años, es bastante. Y estoy muy agradecido a la gente, al público, que es el juez que siempre estuvo.

El Chaqueño Palavecino dice haber ganado en comodidad, pero que siempre sus pensamientos vuelven a la casa materna. Foto: Guillermo Rodríguez AdamiEl Chaqueño Palavecino dice haber ganado en comodidad, pero que siempre sus pensamientos vuelven a la casa materna. Foto: Guillermo Rodríguez Adami

-Tras tanto recorrido y una carrera que te ha dado la posibilidad de viajar, conocer ¿Qué recuerdos tenés de esa primera casa donde te formaste? ¿Hay algún rincón que al mirarlo te remita a alguna parte de tu casa natal?

-Yo he ganado en comodidad, pero siempre vuelvo al sentimiento, al lugar de natalicio. Traté de armar mi casa, mi lugar, pero siempre mis pensamientos regresan a la casa materna. Ahí vivió mi madre y de ahí salimos todos en busca de curarla cuando se enfermó, porque no había médicos ni nada. Un camino que ahora hacemos en dos horas nosotros lo hacíamos en camioncitos que se quedaban en el camino, los sacábamos, se volvían enterrar. Estábamos fuera del sistema.

A mi Dios me ha premiado, he vuelto y he armado mi casa. Le he puesto hasta inodoro y bidet pensando en cómo vivíamos antes, la escasez de todo y en cómo buscamos sobrevivir. Se acababa el azúcar y teníamos la miel, siempre el rebusque. El caramelo lo hacíamos del azúcar y la brasa. No había calzado, si teníamos una alpargata la cuidábamos como oro. Ahora donde yo vivo sale la manzanilla, y rápido recuerdo como nosotros de chicos hacíamos té de manzanilla. La miro y ahí vuelvo. O cada vez que tomo gaseosa de naranja y recuerdo cuando la descubrí en el casamiento de una tía.

-¿Y con la música también tenés ese vínculo directo con tu tierra?

-Sí, la música nuestra, esa mezcla de herencia de España y sonidos nativos, es de acá. Vos podés ser médico, juez, abogado pero escuchás esa música y te pertenece, como decía doña Jovita “hasta la achuras”. Cada fin de año a la casa llegaba gente de distintos lugares. Bailábamos, cantábamos, compartíamos. No había un auto estacionado, el que tenía moto era afortunado. Pero sí había caballos. Era toda gente muy sencilla. La calle para mí ha sido una universidad hermosa, un gran aprendizaje de vida.



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