Danubio azul, el vals compuesto por Johann Strauss II en 1866, es una de las melodías más populares de la cultura occidental, el tema preferido en el mundo occidental para fiestas de quince años, bodas y cumpleaños (en México, el canto es “queremos pastel, pastel, pastel”).
También se lo considera el himno no oficial de Austria. Y el mundo audiovisual lo utiliza muy a menudo: puede escucharse en clásicos del cine como 2001, Odisea del espacio, de Stanley Kubrick; y en una escena crucial de Titanic -cuando el personaje de Jack Dawson logra entrar en una fiesta aristocrática de la primera clase del barco-; así como en la serie surcoreana que fue furor en Netflix, El juego del calamar.
Danubio azul -por el río que recorre Alemania, Austria, Eslovaquia, Hungría, Croacia, Serbia, Rumania, Bulgaria, Moldavia, Ucrania y desemboca en el Mar Negro- mantiene una supremacía imbatible entre miles y miles de músicas populares de todos los géneros que han nacido y muerto a lo largo de los últimos ciento cincuenta años. Johann Strauss II fue llamado El rey del vals, un título de nobleza plebeya altamente merecido.
Johann II nació en Viena en 1825 y creció en un ambiente donde el vals era una auténtica epidemia social desde hacía ya un buen tiempo. Su padre, Johann I, fue un celebérrimo compositor de valses y llegó a dirigir tres orquestas propias, que muchas veces tocaban en los mismos horarios pero en distintos lugares.
Johann I se presentaba en un concierto, donde era saludado con frenesí, tocaba uno o dos valses él mismo, dejaba la orquesta bajo el mando de su primer violín, salía corriendo hacia la otra, y luego a la siguiente. Después recomenzaba el circuito.
«Te arrancaré la música del cuerpo»
Era una vida muy sacrificada -para no mencionar que muchos valses se escribían y ensayaban en el curso de una noche entera, la anterior al estreno- y quizás por ese motivo prohibió a sus hijos que estudiaran música. Por lo tanto, Johann hijo tuvo que comenzar secretamente a aprender el violín hasta el momento en que su padre lo descubrió, le dio una tremenda paliza y lo amenazó: “Te arrancaré la música del cuerpo”.
El castigo y la amenaza fortificaron la vocación del muchachito y cuando el padre abandonó a la familia para crear una nueva, Johann II retomó sus estudios y a los 19 años ya dirigía su propia orquesta. El primer programa incluía varias piezas suyas, entre ellas su primer vals.
Aunque el ritmo contagioso del vals y su baile vertiginoso ya estaban presentes en la ciudad de Viena desde antes de 1814, fue gracias al Congreso internacional que comenzó a sesionar allí ese año que se afirmó su preeminencia por sobre todas las otras formas de baile social (en Austria primero y luego, como reguero de pólvora, en innumerables países).
El famoso Congreso de Viena, que reunía políticos de toda Europa para discutir la reorganización del continente después de la derrota de Napoleón, no pudo sustraerse a la fiebre del vals: “El Congreso no avanza, baila” decía el diplomático belga Charles de Ligne.
Había bailes cada noche para concurrencias que iban desde doscientas a diez mil personas; ya habían comenzado a construirse enormes palacios de danza y los dueños de estos establecimientos competían ferozmente entre ellos para ofrecer los mayores atractivos a los clientes potenciales.
El famoso salón Apolo, en el que podían moverse con comodidad alrededor de cuatro mil bailarines, tenía grutas artificiales, imitaciones de pequeños bosques y glorietas, además de salas de billar en las que los parroquianos podían jugar mientras recuperaban fuerzas para seguir bailando. La orquesta permanecía invisible y un observador de aquella época contaba que la música parecía descender del cielo.
En una hegemonía que duró hasta su muerte en 1899, Strauss II sostuvo a toda Europa en una auténtica valsmanía. Pero el más conocido de sus valses, Danubio azul, fue recibido con poco entusiasmo cuando se lo tocó por primera vez en 1867, durante un concierto en la ciudad de Viena.
Strauss comentó en aquel momento: “Que este vals se vaya al demonio; no me importa. Lo único que lamento es la coda (nota: sección final, a veces muy breve, de una pieza musical); ella por sí misma se merecía un éxito”.
El éxito, o algo aún más grande que el éxito, llegó muy pronto para toda la pieza.
Se estrenó ese mismo año en Nueva York, en Londres y en la Exposición Universal de París; en los salones y cafés parisinos no se hablaba de otra cosa que de Johann Strauss y del Danubio azul.
¿Qué es un vals?
Los orígenes remotos del vals, como forma musical y danzada, son muy controvertidos. Pero se sabe que su antecedente directo es un género de danzas campesinas rústicas llamadas “allemandes” que se habían extendido por Austria y regiones circundantes durante el siglo XVIII. En su compás de tres tiempos da lugar a una danza muy fluida y giratoria (la pareja gira sobre su eje mientras que se desplaza en círculo alrededor del salón) y esta es su característica principal hasta hoy.
Grandes compositores europeos se apropiaron luego del género y así se produjo un provechoso intercambio entre el vals del salón de baile y el de la sala de concierto.
La obra de Johann Strauss II reunió dos cualidades sobresalientes: por su forma, armonía y orquestación, muchas de sus grandes piezas son verdaderas obras de concierto; y por otro lado es una música para bailar de primer nivel.
El compositor fue admirado por un gran número de sus colegas eruditos, como Berlioz y Brahms, quien dijo de él: “Johann Strauss es el cerebro más musical de Europa”. Y cuando la hija adoptiva de Strauss le pidió que dejara un autógrafo en su abanico, Brahms escribió los primeros compases del Danubio azul y abajo, “lamentablemente no fue compuesto por Johannes Brahms”.”
Un concierto monstruoso
Entre las incontables ocasiones en que fue ejecutado Danubio azul hay una insólita. Ocurrió de esta manera: Strauss había sido contratado para dirigir catorce conciertos-monstruo en la ciudad de Boston con un contrato fabuloso de cien mil dólares. El músico fue recibido con una admiración rayana en el delirio: lo acosaban en busca de autógrafos y trataban de besarle el ruedo de su abrigo. Mujeres de todas las edades rogaban por un mechón de su pelo. Su asistente Stefan, que iba cortando “los rizos originales de Strauss” del perro del músico, temió que el animal volviera a Viena completamente pelado.
En cuanto a los conciertos, se desarrollaron en un edificio de madera con capacidad para cien mil personas. Se contrataron veinte mil cantantes e instrumentistas y para poder controlarlos Strauss colocó en diferentes lugares a cien subdirectores atentos a seguir su compás.
“Sin embargo -escribió más tarde-, únicamente aquellos que estaban más cerca de mí podían seguirme; todos los ensayos fueron inútiles para pensar que podía lograrse un resultado artístico unificado. Qué situación, enfrentar a una audiencia de cien mil personas. Allí estaba yo, parado, sin saber qué iría a ocurrir y cómo terminaría…
«El disparo de una bala de cañón fue la señal de comenzar para nosotros, los veinte mil. Un tierno aviso, ciertamente. Levanté mi batuta, mis subdirectores me siguieron tan rápidamente como pudieron y un poderoso sonido estalló. Jamás lo olvidaré mientras viva. Como habíamos comenzado a tocar y cantar más o menos al mismo tiempo, mi única ansiedad era que todos termináramos también aproximadamente al mismo tiempo. Y con la ayuda de Dios así ocurrió.”
Y en lo que concierne a la factura propiamente musical, el desarrollo al que llevó la forma, la armonía y la orquestación del vals ha hecho de muchas de sus grandes piezas verdaderas obras de concierto a la vez que música para bailar de primer nivel.