Una laboriosa reconstrucción de los últimos días de Talia Abigail Aragón (27), fundamentalmente cimentada en base a testimonios de allegados, permitió establecer que, en los últimos meses, la joven se había vuelto a ver con un remisero y mecánico con quien ya había mantenido una relación hace algunos años.
En la causa, el hombre había llegado a declarar como testigo, pero los investigadores detectaron luego que su teléfono, la mañana en que la joven fue asesinada, había estado justamente allí, en cercanías del acantilado desde donde fue arrojada.
Se trata de Lucas Emanuel Giménez (43), sobre quien pesa una denuncia por violencia de género formulada por su ex pareja y madre de su única hija. Con Talia, confiaron fuentes del caso a este diario, mantenía una relación «tóxica».
La Policía lo detuvo cuando salía de la casa de sus padres, en Pringles y O’Higgins, en el barrio San Carlos. Se negó a declarar ante el fiscal Fernando Berlingeri y fue alojado en la alcaidía 44 de Batán. Había planificado el «crimen perfecto», intentando que todos creyeran en un suicidio, pero todo salió mal.
Semanas antes del femicidio, el celular de Talia Aragón había dejado de funcionar definitivamente. La joven no había conseguido reemplazarlo y esto implicaba un escollo para los investigadores que emprendieron enseguida la labor de reconstruir qué había hecho en los últimos días. No contarían con cruces de llamadas, la posibilidad de conocer los lugares en los que había estado leyendo el impacto en las antenas de la red celular.
Pero el dato que los puso en camino a resolver el caso, entienden, estaba en otro celular. El nombre de Lucas Giménez al expediente lo acercó el padre de Talia. Dijo a los investigadores que había un muchacho que «la ayudaba» a la hija. Otro testimonio aportó que esa relación era inestable, que «a él le molestaba que ella desapareciera, a veces por días«. Otros hablaron de una relación «violenta».
Los investigadores supieron luego que Giménez había alquilado recientemente un departamento en Playa Serena, al sur del Faro de Punta Mogotes, que la joven visitaba.
El teléfono del remisero había impactado en las antenas de esa zona, aunque también más al sur, cerca de las barrancas donde encontraron el cuerpo, y fue justamente cuando los forenses estiman que la mujer fue asesinada. entre un punto y otro hay unos 3 kilómetros.
Talia Aragón tenía tres hijos: dos nenas de 13 y 10 años, y un varón de 8 años. Ella vivía con su padre, su hermana y el mayor de sus hijas en un asentamiento precario, ubicado en Pescadores y Magallanes, el último tramo de un largo caserío que cruza la ciudad desde el oeste siguiendo las vías abandonadas de un tren que llegaba hasta el puerto.
Los otros dos chiquitos viven con otros familiares. No tenía trabajo. «Una buena piba que hacía lo que podía«, la definió una amiga en las redes, donde tenía varios perfiles y se hacía llamar «La rubia».
El martes de la semana pasada la vieron por útima vez allí. Ya no regresó, y nadie, aún el miércoles en la noche, cuando se pudo identificar el cuerpo hallado en los acantilados, había alertado a las autoridades sobre su ausencia.
Horror en los acantilados
El cuerpo lo descubrió un hombre que caminaba en la hora de la bajamar por la playa de los acantilados, al sur, camino a Miramar. Alertó a un vecino y éste llamó al 911. Eran las 11.30 del miércoles, pero recién el cuerpo pudo ser recuperado en la tarde, pasadas las 16, por las dificultades que presenta el sector, al que hay que llegar bajando entre 25 y 30 metros de barranca escarpada.
Con sogas y técnicas de rappel, los rescatistas pudieron subir el cuerpo en una camilla. Antes debieron localizarlo. Desde donde pudieron descender, en el cruce de la ruta interbalnearia 11 y calle 515 -circunvalación-, lo hallaron a unos mil metros al sur. Consiguieron hacerlo antes de la pleamar, cuando el mar sube y la rompiente da contra el acantilado. Esa misma noche le practicaron la operación de autopsia.
El fiscal Berlingeri, que investiga el femicidio, supo a partir del informe preliminar de los forenses que estaba ante un crimen y descartar la hipótesis inicial, la del suicidio, ya que en ese sector de la costa se han registrado algunos episodios de esta naturaleza. En la autopsia se detectó un desgarro, una lesión en el pecho, que no era compatible con la caída en las rocas.
Era una herida de arma blanca, pero -dijeron fuentes del caso- no fue la que le causó la muerte. Cuando cayó, Talia estaba con vida. Su cuerpo presentaba distintas fracturas, contusiones y «un corte limpio» en un brazo, lo que los investigadores leen como una herida defensiva. Quien la atacó lo hizo de frente y ella intentó evitar la puñalada.
Tras la detención de Lucas Giménez, el fiscal pidió los allanamientos de la casa de los padres del sospechoso, de donde secuestraron teléfonos, incluido el del imputado, y del departamento en Playa Serena, en el que no encontraron nada, contó una fuente del caso a Clarín: «Nada, porque no estaban ni las sábanas, había hecho una gran limpieza, pero eso ya es un indicio», concluyó.