Brasil, entre muchas otras cosas que tiene para enorgullecerse, ha generado en el pasado reciente una primacía en la Copa Libertadores de América, donde varios de sus equipos siempre llegan a las instancias finales y han ganado las últimas cinco.
Este lunes se sortean los octavos, donde vuelve a haber alto protagonismo de varios brasileños y no son tantos los equipos que, a priori, amenazan con cortarle esa espectacular seguidilla para discutirle su condición. En donde no hay discusión, donde tiene el título absoluto de campeón de América, es en la violencia y el atropello policial a los visitantes que recibe en sus tierras.
El miércoles hubo otro episodio que, por repetido y rutinario, ya harta. En San Pablo, cuando al finalizar el primer tiempo varios jugadores de Talleres le hacían reclamos al árbitro, un policía golpeó adrede con su escudo en la cara a Lautaro Morales, provocando una nerviosa (y lógica) reacción del capitán, Guido Herrera.
Eso hace esa policía brasileña: provocar, atropellar, abusar de la fuerza. De lo peor es que el mundo Conmebol, todas las federaciones y clubes que la forman, hasta los jugadores y protagonistas y -siempre el más débil eslabón de la cadena- los hinchas que acompañan a sus equipos, casi han naturalizado esto. “Ojo si vas a Brasil, que la policía te caga a palos”. Como si fuera normal.
La medalla de oro a esa patotería institucional se la lleva el estado de San Pablo, donde abundan los antecedentes. Recordemos que en septiembre del 2021, en el partido por eliminatorias con la Selección, un agente de civil entró a la cancha en pleno partido a empujarse con jugadores argentinos exhibiendo un arma en la cintura, para llevarse preso a uno.
Son, sí, un orgullo por el poder de sus equipos. Y son una vergüenza por cómo trata su policía a quienes visitan su país.